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Ana Karen León ( Estado de México, México)

¡Hola, gente bonita!

Mi nombre es Ana y nací en el año del levantamiento zapatista. De pequeña tuve la oportunidad de vivir en la tierra del surrealismo: San Luis Potosí, entre ríos, naranjas y huapangos; aunque la mayor parte de mi vida he radicado en el Estado de México, la tierra de los gigantes. Desde que comencé a estudiar en la universidad tuve que migrar hacia la Ciudad de México. Esa ciudad monstruo me ha recibido de mil maneras y sé que pasará lo mismo con ustedes.

Hablando de la universidad, les cuento que estudio la licenciatura en Estudios Latinoamericanos en la UNAM (¡y les confieso que esa ha sido una de las mejores decisiones de mi vida!). Entre la narrativa relámpago, el cantar guerrillero, el eco del autoritarismo y al grito de revolución, América Latina ha mostrado que, para defender el territorio, hay que tener conciencia de sí: la pregunta sobre el ser latinoamericano, o mejor dicho, la disputa por el derecho a ser, ha caracterizado mucha de la literatura latinoamericana, muchos años después las feministas comunitarias aymaras, en Bolivia, y xinkas, en Guatemala, retomaran y problematizaran la noción del territorio y su defensa. Dicho lo anterior, quisiera compartirles que mi investigación de grado se centrará en el estudio de la violencia sexual en conflictos armados, particularmente Guatemala (¡Ay mi Guatemala!) Así, uno de mis intereses al concluir la carrera es conocer experiencias de distintos grupos latinoamericanos en relación al acompañamiento psicosocial de personas han vivido en contextos de violencia política.

Desde el 2012 he participado en distintos proyectos políticos-sociales con el fin de contribuir a construir mundos más justos: por ejemplo, la Brigada de Educación Popular y la colectiva feminista Las Enredadas. Asimismo, ahora participo en procesos de apropiación del espacio público a partir del empapelado de muros en zonas conflictivas, particularmente en el Estado de México. En cuanto a esto último, decidí involucrarme después de conocer a grupos centroamericanos que utilizaban la gráfica como una manera de enfrentar los relatos del Estado en relación a lo sucedido en las guerras, especialmente en el tema de la violencia política.

A esta altura de mi relato se darán cuenta de la pasión que en mí despierta Latinoamérica. Algunas personas saben que era tanto mi afán por el pasado de lucha   -en el que la revolución era un sentido compartido- que pensaba que a mi generación le había tocado la desgracia de sólo existir para respirar la resaca de la revolución. Nostalgia de lo no vivido, así lo pensaba y, sobre todo, sentía. Ese sentimiento a veces me acompaña, pero cada vez se hace más difuso: Empoderando a Latinoamérica 2017 contribuyó a conocer en carne propia las historias latinoamericanas en común, fuente de inspiración para muches de nosotres.  El conocer jóvenes latinoamericanes brinda múltiples oportunidades: por ejemplo, conocer los contextos, las adversidades y las oportunidades de cada une y cómo pese a ello, o mejor dicho, por ello mismo, se construyen estrategias para construir mundos más justos. Es en esas estrategias, en ese vivir contracorriente, es que se reconoce que la lucha por la justicia ha tenido rostros y nombres.

¡Me siento tan afortunada de conocer algunos de esos rostros! De sur a norte y de este a oeste conoceremos a jóvenes que nos compartirán experiencias, ideas, sentires. Y es que hay tanto que aprender unes de otres que,  como facilitadora de Empoderando a Latinoamérica, espero que hagamos nuestro este proyecto: compartir, apropiarnos y crear herramientas para socializar con aquellas comunidades de las que somos parte. Pienso que la transformación, querides compañeres, es comunitaria.

¿Quisieran acompañarme en esta travesía? Prometo que nos sobrarán risas, lágrimas, afectos, confusiones, estrategias y utopías.

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